Complicidad: El
arte de la traición compartida
Es cierto que la mayoría de las
redes sociales están hechas para la opinión, pero Twitter ahora X,
indiscutiblemente ocupa el primer lugar. No importa por qué razón abrimos nuestra
cuenta allí; siempre nos da la oportunidad de escribir lo que sentimos sobre
cualquier tema.
Y estoy segura de que muchos
trinan hasta con los intestinos para regar la mierda que tanto les gusta. Eso
lo hace “El cacas” y su secta de replicadores de mentiras,
pagados con nuestros impuestos. Sé que entienden de qué hablo. Los demás, en
cambio, trinamos desde el corazón, con convicciones y el discernimiento entre
lo correcto y lo incorrecto.
Si me lo preguntan, considero
que, la mayoría de las veces trinamos desde nuestras emociones y nuestros
apasionamientos. La convicción con la que lo hacemos es especialmente evidente
cuando hay un choque entre hombres y mujeres, un tema que, por cierto, me da
bastante material para mis posts.
Porque, al final, lo que
escribimos dice mucho de nosotros. Habla de nuestro carácter, personalidad,
emociones e incluso desnuda cómo nos sentimos en ese preciso momento. Es un
reflejo de la persona que somos cuando nadie nos ve; una especie de autorretrato
digital en el que las palabras se convierten en nuestro espejo. Aunque al
trinar no necesariamente revelamos nuestra identidad, sí destapamos nuestra
esencia: las inseguridades que llevamos, las convicciones que defendemos, y
hasta los miedos que escondemos.
Cada mensaje deja al descubierto
nuestras prioridades y lo que consideramos relevante en el mundo que nos rodea.
Así, evidenciamos nuestra forma de relacionarnos con los demás y cómo nos
posicionamos en la sociedad a través de nuestra manera de pensar. Es como si,
al final, el trino, aunque sea público, revelara en lo más profundo quiénes
somos y qué es lo que realmente nos importa.
No pretendo desviarlos del tema principal, hace
unos días estaba en mi TL cuando, de repente, uno de mis seguidores se
encontraba en un cruce de trinos con otros tuiteros. Una chica cuestionaba la
cantidad de esposos que ha tenido JLo y el fracaso de sus relaciones amorosas.
Mi seguidor, como si se sintiera el
portavoz de todos los cómplices e infieles del mundo, trinó:
“Nunca podré entender por qué ustedes, las mujeres, siempre se tiran, en vez de ser unidas como nosotros, que nos tapamos todo. Por eso es que le ponemos los cachos, porque denigran de su género. ¡Bárbaras!”
Bárbaros... pero los tipos,
pensé, se cubren entre sí sus infidelidades y las publican orgullosos, como si
fueran trofeos. Como si, en engaños, intrigas y solidaridad, las mujeres no
fuéramos maestras. La diferencia, claro, es que nosotras no lo andamos gritando
a los cuatro vientos. Y, por supuesto, nosotras tenemos límites, aunque eso no
borra la complicidad que practican ambos géneros.
Lo peor es todo lo que deja en
evidencia este trino: la generalización, que no representa en absoluto la
diversidad de comportamientos y experiencias individuales; la cantidad de
estereotipos de género; la crítica directa hacia las mujeres; y el desprecio
implícito por no ser supuestamente “solidarias” frente a una conducta dañina.
Además, está la justificación
del comportamiento masculino, que intenta minimizar su responsabilidad ante el
engaño, como si fuera motivo de celebración recibir el primer puesto del
podio... ¡pero a la desfachatez!
Y, como si fuera poco, también
deja entrever una idea aún más retorcida: que nos ponen los cuernos por no ser
“solidarias” entre nosotras. ¡Culpar a las mujeres por los pecados que ellos
cometen con las mismas mujeres... ¡JA! ¡Qué conveniente! Busque otra excusa
que no lo haga quedar tan mal, cosita.
¿Qué podría salir mal con
semejante lógica?
Cuidado a quien le entregas
los fósforos…
Podría publicar el pantallazo del
trino, pero no voy a exponer al susodicho como si de mí dependiera enviarlo a
la hoguera; él ya lo hizo solo y pues esa es su forma de pensar. De hecho,
siento que para él sería un logro, y yo no replico lo que considero que está
mal. Tengan la certeza de que le dejé claro en privado lo que pensaba al
respecto, e incluso el muy descarado se atrevió a sugerir que debería escribir
sobre este tema. Habiendo tocado a mi puerta, ¿quién soy yo para negarme a
compartir mi humilde y valiosa opinión en un post sobre lo que él tan
“acertadamente” cree que está bien? Después de todo, ¿no es precisamente la
opinión ajena la que muchos anhelan para sentirse validados? Solo que, a veces,
esa opinión no es la que estaban esperando.
Él, encantado, espera que, tras
compartir este post, se abra un debate. Seguro piensa que todos aplaudiremos la
complicidad que sostiene con el sinvergüenza de su mejor amigo, que —de muy
buena fuente— sé que embarazó a dos mujeres al mismo tiempo. Me da terror
pensar lo que el amigo le cubre a él. Digo no más: somos lo que apoyamos. Pero
esa decisión la tomarán mis lectores, siempre con su infinita sabiduría,
dispuestos a decirme si lo que escribo en las historias que comparto es
correcto o no.
Su trino sobre cómo los hombres
tapan y alcahuetean infidelidades me dio el material perfecto para este post.
Quiero explorar las diferencias entre hombres y mujeres en el contexto no de la
infidelidad en sí, sino en cómo cada uno busca y espera apoyo en su propio género
o grupo social para llevar a cabo sus aventuras.
Así que, ¡preparados todos!
Vienen relatos cargados de anécdotas muy reales.
Compartiendo las mieles
con el N-amigo
Trabajé hace muchos años en una
entidad del estado, donde el área en la que me encontraba se dedicaba al cobro
y recaudo. Aunque, siendo honesta, parecía más una pasarela, y no precisamente
de moda. La realidad es que cada uno desfilaba en diferentes grupos. Los
nuevos, como yo, teníamos que demostrar que nuestro puesto no solo era por
recomendación política, sino por nuestros conocimientos y habilidades.
Estaban los de planta, que
hacían poco porque tenían su puesto asegurado, y los pre pensionados, con toda
una vida de trabajo y un pie puesto en las merecidas vacaciones indefinidas.
Ahora, hablemos del grupo al que
en esa época llamaba “los bendecidos”. Era mi forma de rotularlos ante sus aparentes
privilegios. Estos recibían su salario sagradamente, pero no trabajaban de la
misma manera. Nadie sabía cómo o por qué tenían tantas libertades: podían salir
y entrar de la entidad como Pedro por su casa, irse a tomar cerveza a cualquier
hora, hacer acto de presencia en sus escritorios sin rendirle cuentas a nadie y,
lo más importante para esta historia, tenían acaparado el monopolio de las
secretarias y pasantes.
En mi equipo de trabajo había un personaje al que
llamaré Carlos, parte del grupito de los “bendecidos”. En esa época, él rondaba
los cuarenta y cinco años, estaba casado, tenía dos hijos universitarios, casa,
carro, fincas y hasta beca. Como mencioné antes, solo pasaba unas pocas horas
al día en su escritorio, precisamente durante las horas en que el jefe de la
división estaba en la oficina. ¿Casualidad?
El punto es que Carlos tenía una aventura con una
pasante, mientras su esposa también trabajaba en la entidad, pero en otra
división. Ernesto, otro “bendecido”, le cubría la espalda, también tenía un
rollo ocasional con una secretaria. A veces veíamos salir a Carlos, a la
pasante y, por supuesto, a Ernesto. Se decía que se iban a un lugar cercano a
tomar, jugar tejo y, luego del horario laboral, a una discoteca. En la
dependencia, todos conocíamos las andanzas y la sociedad de esos dos.
La sorpresa llegó cuando nos enteramos de que,
aunque Ernesto cubría tanto en el trabajo como en lo personal a Carlos —porque
su amistad se extendía a ese plano—, también se estaba acostando con la misma
pasante con la que Carlos salía. ¿Cómo sucedió esto? Bueno, mientras Carlos
regresaba a la oficina para hacer acto de presencia o, si por casualidad, algún
contribuyente necesitaba de él, Ernesto se “gusaneaba” con la pasante —en
nuestro argot popular, “gusanear” significa coquetear con la pareja de otra
persona para buscar una aventura sexual o sentimental—.
Ahora bien, ¿cómo lo supimos? Un
día, surgieron diferencias laborales entre la pasante y la secretaria con la
que Ernesto salía de vez en cuando. La secretaria, casualmente era amiga del
dueño del local clandestino donde los “hermanos de leche” compartían sus
aventuras, así es como ella se enteró de todo. Y, claro, no tardó en desatar el
caos.
Todo explotó a gritos. Una
sacándole los trapos sucios a la otra delante de toda la división. Fue el show
del día... ¿qué digo del día? ¡Del mes! No, mejor aún, del año. Para cuando la
situación llegó a su punto álgido, Carlos y Ernesto ya estaban también dándose
golpes, completando la dupla del drama personal en un escenario laboral.
Lo más retorcido del asunto fue
que, como si el diablo mismo estuviera moviendo los hilos, justo en ese momento
apareció la esposa de Carlos. Venía a preguntar por nuestro jefe y se topó con
el circo armado. No necesitó explicaciones, el panorama era más que evidente.
Nadie, por supuesto, intentó separarlos. Para ser honestos, todos sabíamos que
los cuatro se lo merecían.
Al final, solo llamamos a los de
primeros auxilios. Nada grave: unos rasguños, mechones de pelo volando y unas
gafas rotas. Pero el verdadero golpe fue emocional, y la que salió peor parada en
la escena fue la esposa de Carlos, aparte del engaño, sintió vergüenza por tan
bochornoso show de quinta categoría.
Después del escándalo, el jefe
no tardó en tomar medidas. La pasante terminó con el contrato cancelado; los
demás, recibieron descargos disciplinarios. Uno fue transferido al Amazonas,
mientras el otro se quedó en la división, pero con la cabeza bien agachada.
Carlos, ahora el juiciocito de
turno, empezó a cumplir el horario como si fuera un funcionario modelo. Eso sí,
lo hizo sin esposa, con una demanda de divorcio en curso, sin casa, sin carro,
sin fincas, y con una pila de cuentas por pagar. Para rematar, sus hijos
también lo abandonaron. Como quien dice, le salió cara la aventura.
Por cierto, Ernesto no se quedó
callado y lo demandó. Al parecer, uno de los golpes que Carlos le propinó le
afectó el ojo.
Carlos aprendió por las malas
que su partner, ese que lo cubría en cada una de sus infidelidades, resultó ser
más traicionero que él mismo. ¿Poético, no? ¡Parece que la leche entre estos
dos se agrió definitivamente!
Dejando de lado el ambiente
laboral —y no porque no sea importante, sino porque no viene al caso—, ¿de
verdad es sano ser cómplice y compartir incluso lo que está mal? En serio,
¿prestarse como colchón para encubrir una infidelidad garantiza lealtad entre
esos que llamas amigos?
Hablemos claro: esos que
distorsionan la realidad, usando la camaradería para encubrir una infidelidad y
disfrazarla de lealtad, en realidad lo que practican es complicidad. Ahora,
díganme: ¿qué tiene que pasar para que todo lo que se han tapado mutuamente
salga a la luz?
Suponiendo que no acabe como el
caso de Carlos y Ernesto, ¿ese tipo de amistades son las que esperan conservar
hasta la vejez? Me los imagino, con arrugas y canas, recordando el daño que
hicieron, riéndose de su pervertida lealtad, satisfechos de haber engañado a
sus mujeres. Contando orgullosos a sus nietos sus “aventuras sexuales” y por
ahí soltando una que otra ETS como si fuera el postre del domingo familiar. ¡Que
ternura carajo!
La complicidad que descabezó
a la reina
Moni era una mujer casada, de
treinta y tantos, que ya estaba algo aburrida de su monótona relación y su vida
sin complicaciones. Porque, claro, cuando no hay problemas, el ser humano tiene
la extraña habilidad de inventárselos. El gran "pecado" de su esposo
era trabajar en exceso. Tenía varios negocios y viajaba mucho, todo para darle
la vida de reina que, según él, ella merecía.
Sin embargo, nuestra querida
Moni tenía otra afición: las aventuras sexuales. Con todo el tiempo del mundo a
su disposición —porque, por supuesto, su marido no permitía que trabajara;
¿quién se imagina a una reina medieval cumpliendo con un horario? ¡Inaceptable!—
solo que esta era una versión criolla de aquella nobleza, ella no tenía límites
en su búsqueda de diversión.
Camila era “la mejor amiga” de
Moni. Y es que, ¿qué sería de una reina sin su séquito? Mientras Moni
disfrutaba de los lujos financiados por su esposo, Camila, por su parte, era
una desempleada de tiempo completo, cómodamente instalada en la casa de sus
padres. Con este panorama, ya se podrán imaginar el tiempo libre que tenía este
par para salir a divertirse. Y por supuesto, todas las aventuras eran
patrocinadas por el bolsillo del esposo de Moni y los papás de Camí.
En medio de tantas aventuras,
estas dos "súper amigas" conocían hombres, iban a fiestas y
discotecas donde, obviamente, eran el centro de atención. Belleza no les
faltaba y, según las apariencias, tampoco independencia. Se excedían en
liberalidad con su sexualidad, el alcohol, y alguna que otra vez, un poco de
éxtasis para darle sabor a las noches de fiesta.
En una de esas desatadas
aventuras nocturnas, conocieron a unos universitarios. Uno de ellos traía a
Moni de cabeza. Así pasaron meses, y Moni, siempre hambrienta de emoción,
terminó enredada en una relación con el joven. Se enamoró perdidamente, al
punto de llevarlo al apartamento que compartía con su esposo. Claro, todo
ocurría cuando su marido estaba de viaje por trabajo.
Camila, la eterna alcahueta de
las locuras de Moni, no estuvo de acuerdo con esta última aventura. Aquello le
parecía demasiado. Y así, poco a poco, comenzó a distanciarse. No solo por el
drama de Moni, sino también porque sus padres ya le habían puesto un alto a
tanta salida nocturna de la que regresaba alcoholizada.
El esposo de Moni empezó a notar
ciertos cambios en ella. Más que desconcertarle, le inquietaban su repentina
actitud de no contestarle el teléfono, sus ausencias injustificadas y los
alarmantes gastos. Todas estas señales encendieron la alarma de la desconfianza
en él.
Desesperado por saber qué estaba
ocurriendo, decidió regresar de uno de sus viajes inesperadamente. Al llegar,
no encontró a su flamante esposa. Intentó comunicarse con ella, pero, como era
de esperarse, Moni seguía sin responderle. Sin más opciones, decidió llamar a
Camila para ver si estaban juntas. Camila, sospechando que algo extraño pasaba
por la inusual llamada, prefirió no contestar, pero sí dejó un mensaje a Moni,
alertándola de la situación.
Aparentemente, la alerta
funcionó. Moni regresó a casa y, encontrando a su esposo, improvisó una serie
de excusas. Le convenció de que tenía problemas con su iPhone y que, por eso,
no le había contestado, asegurando que justo en ese momento estaba en el iShop
cotizando uno nuevo. En cuanto a los gastos excesivos, culpó a la inflación, retoques
de belleza y, claro, a "cositas varias". Aunque su marido no era
ningún tonto, decidió callar. No tenía ganas de iniciar una discusión, así que
optó por quedarse en casa y disfrutar de la compañía de su bella esposa.
La semana siguiente, él retomó
sus negocios y sus constantes viajes. Pero antes de partir, planeó regresar sin
avisar la próxima vez, solo para comprobar sus sospechas. Tres veces lo hizo y,
en cada ocasión, la situación fue la misma: Moni regresando a casa corriendo,
armada con mil excusas.
En una de esas ocasiones, el
esposo decidió seguir su intuición. Fue hasta el edificio donde vivía Camila,
ya que, según el mensaje que le había dejado Moni, se suponía que estaban
juntas. Para no alertarlas, esperó pacientemente durante horas en su carro,
estacionado frente al edificio. Finalmente, vio salir a Camila, vestida con
ropa deportiva, aparentemente camino al gimnasio.
La siguió desde una distancia
prudente, vigilando si Moni aparecería para encontrarse con ella. Pero,
obviamente, no fue así. Tras confirmar sus sospechas, regresó a su carro y
esperó a que Camila terminara su rutina. Al verla salir del gimnasio, decidió
abordarla. Camila se quedó impávida al encontrarse cara a cara con él. No tuvo
más remedio que confesar que Moni no estaba con ella. Por más que intentó
inventar una excusa, diciendo que se habían visto más temprano ese día, la
mentira era evidente.
Él se ofreció a llevarla de
regreso a casa, y durante el trayecto la interrogó una y otra vez, pidiéndole
la verdad. Camila, entre evasivas, solo atinó a decir que ya no eran tan amigas
como antes y que se habían distanciado.
Horas después, Moni llegó a
casa, lista para desplegar su acostumbrado repertorio de mentiras con tal de
ocultar su amorío. Pero esta vez, su esposo la confrontó. Exigía la verdad,
pero esa verdad nunca salió de los labios de su "amada". ¡Antes
decapitada la reina que admitirle su infidelidad al rey!
Con el tiempo, todo continuaba
igual. El esposo, desconfiando, pero sin pruebas debido a la astucia de Moni,
decidió relajarse con sus visitas inesperadas. Mientras tanto, Moni ya tenía su
libreto perfectamente preparado —o al menos eso creía ella— para justificar sus
escapadas: se había convertido en voluntaria en un albergue de perritos fuera
de la ciudad. —De todas las excusas posibles, no pudo encontrar una más
absurda, considerando que es alérgica a cualquier animal. Pero bueno, ella
pensó que con este invento se saldría con la suya—.
El punto, mis queridos lectores,
es que durante esas "altruistas y desinteresadas" ausencias de Moni, su
esposo decidió empezar a ir al gimnasio. Y, casualmente o no, era el mismo
gimnasio al que asistía Camila. Lo demás es historia. En resumen, empezaron a
pasar mucho tiempo juntos y, como suele ocurrir en estas novelas de la vida
real, terminaron enamorándose. ¡Quién lo diría! Utilizaron el mismo manual de
excusas que Moni para justificar cada uno de sus encuentros.
Camila, siempre la fiel dama de
compañía de la reina, resultó ser igual de astuta en las artes amatorias y, por
supuesto, para el engaño. El gusto por el rey la llevó a convertirse en una Ana
Bolena moderna, aunque con un toque de inteligencia extra. Dejó pequeñas
migajas de pan—como una Hansel y Gretel versión caza infieles—con las
direcciones y lugares donde Moni seguía disfrutando de su tórrida aventura con
el universitario. Así fue como nuestra querida protagonista quedó finalmente
descubierta. Ninguna excusa, ni la más creativa, pudo salvarla esta vez de la
furia de su rey. —Esto parece una versión real de cuentos que no son cuentos,
pero con personajes desleales. Al final, la realidad siempre supera a la
ficción, ¿no creen? —
Anécdotas super cortas de complicidad
Anécdota 1 infiel en apuros
Un conocido estaba en una discoteca con su amante y
su mejor amigo, que lo acompañaba con la esperanza de levantar algo en medio de
la rumba. De pronto, la esposa desconfiada llegó al sitio. Él estaba en la
pista de baile con la amante, y la señora no tardó en reclamarles, separándolos
a empujones.
El amigo, al percatarse de la situación, intervino
rápidamente y dijo que la amante era su pareja, para sacarlo del apuro. ¡Qué sacrificado,
¿verdad?!
Al final, para mantener el engaño, los cuatro se
quedaron como si fueran íntimos amigos, disfrutando de la noche de parranda.
Para colmo, se dedicaron a emborrachar a la esposa, algo que ellos llamaron
“calmar a la fiera,” asegurándose de que no se diera cuenta de cómo su esposo
seguía besuqueándose con la amante en sus narices.
¡Ya saben, si no puedes con el enemigo, confúndelo
y dale alcohol!
—Y no tienen idea de lo
orgulloso que se sentía mi conocido contando la historia—.
Anécdota 2 La complicidad
tiene precio
Una compañera tenía amante. No
sabíamos quién, pero siempre se jactaba de su aventura, y estaba claro que
Martica, la secretaria, era su cómplice. Un día, la esposa de nuestro jefe
apareció iracunda en la oficina, sin siquiera dar las buenas tardes. Pasó
directo a la oficina de su esposo, celular en mano, mostrándole unas fotos de
una mujer desnuda que había encontrado en su computador personal. No se veía el
rostro, pero el cabello liso y negro era inconfundible. —eso creíamos al
principio—.
De inmediato, la señora notó que
Martica, la secretaria personal de su esposo, cumplía con esas características,
para su desgracia ese día llevaba su larga cabella suelta. En un ataque de
histeria, le soltó una cachetada a mi jefe y, sin perder tiempo, se fue lanza
en ristre contra la pobre Martica —pobre, porque esos golpes debieron doler—.
La agarró del cabello, lo envolvió en su mano y la estrellaba una y otra vez
contra la pared mientras le gritaba un sinfín de improperios.
¿La amante? Resultó ser mi
compañera. Por desgracia, ella y Martica tenían un parecido inusual. Martica,
por alguna razón, ya sea lealtad hacia su amiga o para proteger a mi jefe,
nunca lo supe, asumió la culpa. Terminó echada de la oficina, pero no
desapareció del todo. Mensualmente, pasaba una cuenta de cobro por sus
servicios como fiel alcahueta.
Epilogo final
Sin el ánimo de generalizar, tanto hombres como
mujeres tienden a buscar apoyo en sus círculos de confianza, pero lo hacen de
maneras muy distintas cuando se trata de infidelidades. Los hombres suelen
encubrirse mutuamente con una complicidad casi celebratoria, como si ganar una
medalla olímpica se tratara: no hay cuestionamientos, ni señalamientos. Solo se
cubren la espalda y punto.
Por otra parte, las mujeres también
buscan respaldo entre sus amigas—la solidaridad de género que invoca nuestro
querido tuitero—, pero a menudo mezclan la lealtad con el juicio moral. Colocan
límites sobre lo aceptable y lo permitido antes de ofrecer su apoyo, y lo hacen
después de haber invitado a la reflexión. Así, marcan una diferencia crucial:
"Te apoyo, siempre que no me hundas contigo.” ¿Lo ven? Hay una conveniente
condicional presente.
Eso sí, ambos géneros dominan el arte de justificar
lo injustificable cuando la ocasión lo amerita. Y, al final, ¿qué importa si es
moralmente correcto o no? Porque, cuando se trata de proteger sus actos, ¿quién
tiene tiempo para los escrúpulos o los ataques de conciencia? Si la están pasando bien… aunque sea a costa
de dañar alguien más.
Epilogo después del epilogo
(Siempre tengo algo más que decir)
A todas estas, me asaltan muchas preguntas, y cada
una revela mis dudas existenciales al respecto. Si comparten complicidad y
amantes, ¿será que también comparten la culpa? Aunque, claro, sin conciencia,
no hay tiquete al infierno.
¿Es menos divertido el engaño sin un comité de
aplausos? Háganme saber lo que piensan, y no se lleven la idea de que soy una
moralista o, peor aún, una puritana. Nada más alejado de mi realidad.
Podría excusarme en la edad o en alguna etapa de mi
vida, pero yo también engañé alguna vez. Cubrí a una amiga, miré para otro lado...
tal vez como la mayoría lo ha hecho. Lo único que sé es que todos cargamos con
el pecado de alguna manera.
No me enorgullece, y puedo dar fe de que madurar
nos cambia. Nos convierte en mejores personas, o al menos en personas que dejan
de lado esos comportamientos destructivos.
Por lo tanto, cuando maduras y
aprendes a discernir, te resulta difícil compartir con quienes van por la vida
jactándose de hacer daño a los demás o pidiéndote que los cubras. Todo bajo el
disfraz de una supuesta lealtad que, en realidad, no es más que pura
complicidad.
Si bien es cierto que la complicidad para
alcahuetear infidelidades une a los supuestos amigos, también les empobrece el
alma y les reduce la integridad. Tarde o temprano, esa relación se acaba; ese
hilo no es eterno.
La verdadera lealtad no se mide en ser cómplice de
infidelidades, sino en la capacidad de confrontar a tu amigo y hacerle ver la
realidad, el error de sus acciones. Que te haga caso o lo entienda, es su
problema. Al menos, por tu parte, ya lo habrás advertido.
Ale
Acosta
Contadora de profesión, especialista, magíster en
proceso, twittera (en declive) y escritora de historias como método
terapéutico.
Disclaimer: Las historias
presentadas en este post se basan en hechos reales. Aunque narradas desde mi
enfoque como contadora de historias, la interpretación de los eventos puede
variar. No tengo la intención de juzgar a las personas involucradas, y
cualquier opinión expresada es exclusivamente mía. Las situaciones descritas
reflejan vivencias personales y no pretenden generalizar ni representar la
realidad de todas las personas en circunstancias similares.
Vivimos en una Sociedad de “emociones” no de sentimientos.
ResponderBorrarLas emociones salen de las vísceras, los romanos lo sabían y hablaban de “humores”, o sea secreciones. Pero los sentimientos salen de ese hogar que es el Corazón.
El cerebro es “el auxiliar indispensable”, pero si se tiene la pretensión infantil de usarlo en forma aislada, es estéril, por no decir bobo, por no decir amoral, y construye y (auto)destruye con igual facilidad.
La gente que ha perdido la dimensión vertical de la existencia, e ignora las necesidades espirituales, vive en un mundo plano, en un “flatland” que contrario a lo que piensa el libertino, es un mundo limitado, muy propenso a aburrirnos en una secuencia de altibajos que no es interminable (cuidado)…
La infidelidad es una limitación óptica de los que ya no ven dentro de ellos mismos, mucho menos en “los otros” (meros individuos, no personas) y menos que menos, el continuum Naturaleza-Hombre-Cosmos-Dios, que realmente comparte un mismo campo de energía.
Y a riesgo de echar perder esta respuesta que te doy, puedo asegurarte que esa energía, que es la más luminosa, portentosa e inagotable del universo, es el AMOR.
Me gustó su escrito, siga así.
Buenos días.
¡Buenos días! Aprecio el comentario tan detallado y profundo. Se nota que has dedicado un buen rato a reflexionar sobre el tema, el humor y hasta la dimensión vertical de la existencia. Me deja pensando, ¿no estaremos todos en ese 'flatland' sin saberlo? Entre emociones e impulsos, aquí estamos algunos buscando el sarcasmo y otros entendiendo con más claridad la naturaleza, queriendo la mayoria rendirnos ante semejante majestuosidad y sin lograrlo por completo. El amor, por su parte, es una de las mayores fuerzas que mueven al mundo, y podría decir que está en todo el universo, aunque, sentimentalmente, a veces solo sea poesía y no un sinónimo de entrega total y compromiso profundo como el de una madre. Te agradezco muchísimo por leer mi post y dejarme tu valiosa reflexión. Por aquí seguiré escribiendo historias y buscando crear conciencia.
ResponderBorrar
ResponderBorrarBien reza en las Sagradas Escrituras
"La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte." (Epístola o carta de Santiago, capítulo 1, versículos 14, 15)
La maldita debilidad por lo prohibido disfrazada de tantas cosas y de la cual NO vamos a salir ilesos si transigimos.
Recuerdo a los peces en una fuente de agua cuando alguien les tira un trozo de algo que pudiera ser comestible o que también pudiese ser una carnada para atraparlos; su reacción inicial al caer esa carnada o comida es alejarse pero de manera casi que inmediata regresan por la curiosidad a ver de que se trata y es cuando se exponen a ser atrapados y a terminar mal...
Disfruté leyendo su artículo, sonreía al hacerlo, pero también meditaba...muchas Gracias.
Y aquel cercano que encubre o se presta para que otros cometan esas transgresiones NO es un amigo, es un complice. Es un FALSO...
@manuelessteban
Gracias a ti por leer y por compartir esta reflexión tan profunda. Es cierto, la tentación tiene esa manera de atraernos como carnada, y muchas veces terminamos siendo los ‘peces’ atrapados en nuestras propias decisiones. Totalmente de acuerdo: quien se presta para encubrir o motivar esas transgresiones es cómplice, y rara vez demuestra verdadera amistad. Al final, la lealtad tiene que ser a la verdad y a uno mismo. ¡Un abrazo y gracias por meditar conmigo!
ResponderBorrarBoba hpta
ResponderBorrarGracias por pasarte por aquí. Siempre es interesante ver cómo cada persona interpreta mis escritos y expresa sus opiniones desde su propia realidad. ¡Un saludo!
BorrarExcelente escrito, porque refleja la realidad de las relaciones, gracias por compartir
ResponderBorrar¡Gracias a ti por leer! Me alegra que el escrito haya conectado contigo. Las relaciones tienen tantas capas, y me gusta compartirlas con mis lectores. Un abrazo
BorrarGracias,por tu escrito,me encantó y vaya realidad sobre la lealtad,gracias
ResponderBorrar¡Gracias a ti por tomar un poco de tiempo para leer mi post! Me alegra que te haya gustado y que la reflexión sobre la lealtad haya sido de tu agrado. Un abrazo.
BorrarTienda toda la razon. Me gustó el tema. Es cierto que muchas veces con los que escribimos soltamos a la vista de quienes somos, nuestras ideas, cultura y como percibimos en el mundo. Y es que Twitter se presta por dar mayor libertad.
ResponderBorrar¡Gracias por leer! Totalmente de acuerdo, lo que compartimos refleja tanto de nosotros mismos. Twitter, con su libertad, es el lugar ideal para hacerlo, aunque a veces la sinceridad no siempre es bien recibida. ¡Un abrazo!
BorrarEl tema de la infidelidad es bastante delicado, aunque la infidelidad no debería existir la realidad es otra. Jamás deberíamos sentirnos orgullosos de ser infieles y mucho menos ser cómplices divulgar una experiencia de estas.
ResponderBorrarGracias, Javier, por tu comentario y reflexión. Estoy de acuerdo, la infidelidad es un tema complejo y lleno de matices. No es algo de lo que uno deba sentirse orgulloso, y ser cómplice o normalizarlo solo perpetúa una cadena de errores y dolor. Es importante hablar de estos temas para crear conciencia y fomentar la honestidad y el respeto en las relaciones. Aprecio que hayas compartido tu punto de vista.
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