Algunos psicólogos y psiquiatras dicen que escribir
es terapéutico. El mío, curiosamente, nunca me lo ha recomendado, porque sabe
que mi terapia es leer. Irónicamente, eso es lo que menos quiero hacer en estos
días. Así que, probemos con escribir lo que me ha pasado; quién sabe, quizá
funcione como una liberación.
Estoy segura de que muchos, al comenzar a leerme,
se estarán preguntando: "¿Por qué Ale va al psiquiatra?". Pues
bien, no es nada del otro mundo. Tengo ansiedad y, en muchas ocasiones, caigo
en la depresión. En mi caso, ciertos medicamentos hormonales son los culpables,
pero no quiero centrarme en mi historial médico. Mejor hablemos de las
anécdotas que la ansiedad y la depresión me han dejado, que son mucho más
interesantes.
Quizá algunos lo sepan, o tal vez no, pero la
ansiedad y la depresión se manifiestan de formas distintas en cada persona.
Aunque compartimos algunos síntomas comunes, las experiencias no son iguales en
todos los casos. Y claro, tampoco es la misma la manera en que las personas de
nuestro entorno perciben estos trastornos. Ya sabes, como cada cabeza es un
mundo, cada quien reacciona diferente ante las situaciones propias o ajenas.
Por mi carácter y mi forma de
ver la vida, jamás pensé que necesitaría ir a terapia. Siempre me creí
mentalmente fuerte, a pesar de tener la personalidad de un demonio de Tasmania:
temperamento volátil, mal genio y una paciencia que, siendo realistas, casi no
existe (algo que, dicho sea de paso, considero bastante común entre muchas
mujeres). Pero después de una junta médica, los especialistas decidieron que
era hora de remitirme al psiquiatra. Al principio, todo fue por mi
incontrolable insomnio, y luego porque mi estado de ánimo tampoco ayudaba a mi
salud. Sentía un dolor horrible en todo el cuerpo, pero los exámenes no
mostraban razón física alguna.
Así que, con la orden en mano,
decidí que no iría. En mi cabeza –como en la de muchas personas, lo admito– ir
al psiquiatra era aceptar una enfermedad mental, y eso nos mostraba como
débiles. Pero en mi caso era aún peor: no estaba dispuesta a que nadie violara
mi "virginidad mental".
Un año más tarde, ya con menos
resistencia y más necesidad, decidí ir por mi cuenta. No soy fácil, eso lo sé,
y llegué escéptica, y, si soy sincera, sigo siéndolo en un buen porcentaje. En
todo caso, necesitaba que me recetaran algo para dormir. Oh, sorpresa: los
medicamentos para dormir poco ayudaron, pero los de la ansiedad… ¡benditos
sean! El psiquiatra, encantado con los resultados, me mandó con la psicóloga.
En la primera cita, después de escucharme, me dijo: "Se nota que eres una
persona coherente, que se expresa bien y busca soluciones a sus problemas"
(y tenía razón, claro). Luego me sugirió no volver, a menos que sintiera que no
podía controlar la ansiedad.
Me dije: "¡Perfecto!"
Alguien más en nuestro colapsado sistema de salud seguramente necesita más esa
atención que yo. ¡No la necesito! Salí sintiéndome victoriosa. Admití que mi
ánimo podía variar, pero siempre encontraba la manera de estar bien... ¿o no?
La verdad, me estaba engañando a
mí misma. Cuando dejaba las pastillas milagrosas que me mantenían flotando en
las nubes, todo se salía de control. Y para rematar, la gente a mi alrededor no
ayudaba en absoluto.
En qué sentido empeoraba todo?
Pues bien, mis queridos allegados –familia y amigos–, con sus preguntas y
reflexiones tan fuera de lugar, en un intento patético (pero con buenas
intenciones, claro) de "ayudar", lograban que un momento que debería
haber sido liberador se convirtiera en un interrogatorio digno de la
Inquisición. Un rosario de cuestionamientos y cátedras sobre cómo
"debería" manejar mi estado de ánimo, porque, por supuesto, la vida
es bella y no había razones para estar así, ¿verdad?
Aquí van sus brillantes
apreciaciones: "No tienes motivos para sentirte mal. Lo tienes todo:
techo, comida, trabajo, siempre estás de compras, tienes una familia que te
adora, eres una mujer bonita, trabajadora, con buen gusto y siempre logras lo
que te propones. Sé agradecida, hay gente que está peor o que tiene menos que
tú". Otros recomendaban: "A fulano le sirvió irse de viaje, caminar,
ir al box, salir más con los amigos… ¿por qué a ti no?" Y los clásicos:
"Sé por lo que estás pasando, pero no es grave si no tienes intenciones
negativas" o "Estás armando una tormenta en un vaso de agua"
(esa es la versión elegante de decir que exagero, pero sin decírmelo en la
cara. ¡JA!).
También estaba el consabido:
"Debe ser el estrés, tienes que ayudarte". Ah, claro, porque no sabía
que yo solita me estaba empujando al abismo. Y así seguían, bla bla bla... Por
más que intentara ocultarlo, mi estado era evidente y todos parecían tener una
opinión al respecto. Un fiasco total. Yo no quería sentirme mal –¿quién quiere?
–, pero lo estaba.
Ese tipo de comentarios no me
hacían sentir mejor, para nada. Tampoco me hacían sentir culpable por mi
"maravillosa vida". Lo que sí me provocaban era pura ira, rabia,
contra quienes los decían. Tener depresión no significa que olvidas quién eres
o lo que tienes. Lo que le funcionó a fulano o mengano no necesariamente me va
a funcionar a mí. Pero claro, para muchos es fácil opinar y dictar sentencias
sin ser especialistas, hablando de situaciones que ni entienden ni conocen.
Obviamente, no lo hacen con mala intención, pero eso no los hace menos
irritantes.
La gente no entiende que la
ansiedad o la depresión también pueden manifestarse físicamente. Nadie se
despierta con ganas de tener dolores. Bueno, "despertar" es un decir,
porque en realidad te obligas a salir de la cama, cuando lo haces, ya que
sientes que tu cuerpo no responde. Y cuando intentas forzarlo, el malestar solo
se intensifica. Tampoco es que uno quiera llorar sin razón aparente (aunque
pienso que cuando lloramos, lo hacemos con la memoria, recordando ese océano de
cosas por las que no lloramos antes). Y aunque logres reponerte un poco, la
fatiga no te deja avanzar; el cansancio se apodera de ti, incluso si no has
movido un dedo.
Duermes poco o no duermes nada,
porque el insomnio decide hacerte compañía. Y en otras ocasiones, pareces estar
hibernando. El peso también juega su propio juego, subiendo o bajando sin
avisar. Como ya mencioné al principio: la depresión se manifiesta de manera
distinta en cada persona. Yo escribo desde mi experiencia, pero hay mil maneras
en las que esta condición puede alterar la vida de alguien.
“Así que, y esto va para todos esos "redentores" del mal ajeno: cuando quieran ayudar a alguien con ansiedad o depresión, y no tengan idea de qué decir... ¡No digan nada! No se pongan a inventar. Estar presentes en silencio y dar un abrazo ayuda mucho más que soltar un catálogo de frases cliché. Porque, aunque ustedes piensen que sus consejos son válidos, créanme: ¡NO SIRVEN PARA UN CARAJO! Y solo empeoran la situación de quien ya está lo suficientemente frágil”.
Lo que las personas deberían
entender:
- Ofrecer apoyo sin condiciones.
Mejor dicho, no minimice la ansiedad o depresión del otro diciendo cosas
como: "No estás tan mal" o "Estoy contigo, pero
si no te ayudas, yo tampoco puedo hacerlo". Ese error es
monumental. Si va a brindar ayuda, hágalo de corazón, sin manipulaciones
ni condiciones.
- Tenga paciencia y constancia. Si
decidió brindar apoyo, hágalo de manera consistente. A una persona con
ansiedad o depresión no le sirven las ayudas pasajeras. Recuerde que usted
se ofreció como compañía, pero tenga en cuenta que su presencia no es
milagrosa ni va a hacer desaparecer el trastorno como por arte de magia.
- No fuerce ayuda religiosa.
Cada quien sabe cuándo y si es el momento de buscar ayuda espiritual. Su
dios puede que no sea el mismo de la otra persona. Respete la libertad de
culto, aunque usted crea tener razón y que esa es la cura.
- Respete los gustos y límites. Lo
que a usted le gusta, puede no ser lo que necesita o le apetece a quien se
siente mal. No insista ni obligue a hacer cosas que esa persona no quiere
o no tiene la voluntad de hacer.
- No obligue las actividades cotidianas. No
fuerce a alguien con ansiedad o depresión leve a comer, levantarse, leer,
o incluso bañarse. Créame, lo hará por sí mismo cuando pueda. Somos muy
conscientes de lo que "debemos" hacer, pero no necesitamos ser
empujados a ello.
- Evite forzar el humor. Si usted
es gracioso o tiene alma de payaso, no significa que deba armar un
espectáculo de chistes malos para intentar levantar el ánimo.
Sencillamente, puede que no funcione (y a mí particularmente, me molesta).
Agradecemos el intento, pero deje de forzar las cosas. Esa persona reirá
cuando algo genuino e inesperado lo provoque.
- No cuestione.
Recuerde siempre que no tiene derecho a cuestionar las razones por las que
alguien está en ese estado. La ansiedad o depresión pueden deberse a
muchos factores. ¡NO CUESTIONAR FUNCIONA!
- Nunca le pida a alguien con un ataque de
ansiedad que se "tranquilice". Créame, no está agitado ni
alterado porque quiera, y definitivamente no eligió sentirse así.
- Busque ayuda profesional.
Esto es lo más importante. Los profesionales están capacitados para
orientar y, si es necesario, medicar. Puede que no todos tomen el caso de
su familiar o amigo con la seriedad que usted espera, pero insista.
Encontrará a alguien que lo ayude realmente, y esa persona también le
indicará a usted cómo ser un buen apoyo.
Aclaro que hablo desde mi experiencia personal.
Aunque me toque insistir: "La ansiedad y la depresión tienen síntomas
diferentes en cada persona". Cada caso es único, así que, por
favor, no sea ligero con sus comentarios, no dé consejos ni ofrezca soluciones
apresuradas. Lo que para usted parece fácil, para una persona en depresión
puede ser una montaña imposible de escalar. Y no crea que un "Dios te
bendiga" o un "rezo por ti" desde la distancia va a
obrar milagros (son solo palabras, no hechos). Cosas sencillas como una
sonrisa, un abrazo, un "aquí estoy, te apoyo", el amor y la
paciencia... Eso sí es ayuda real. La simple presencia de un ser querido puede
ser un bálsamo, y en muchos casos, sana más que cualquier consejo vacío.
Por último, escribir me ha resultado liberador.
Primero, porque me ayuda a reflexionar, a recapitular cómo me he sentido, y a
darme cuenta de lo que me ha servido para superarlo. Segundo, porque lo que
escribo puedo compartirlo, y quizás generar conciencia. Y no menos importante,
es una gimnasia mental que mantiene mi mente activa y positiva, alejando los
trastornos de ansiedad y depresión.
(Si les queda la duda: sí, regresé a terapia.
Cambié de profesional y encontré a alguien con quien me siento cómoda, incluso
en mis momentos de negación. Ya no voy tan seguido, porque no lo considero
necesario, pero acepté que no tengo el control de todo y puse mi situación en
manos expertas. Puedo decir que ahora solo tengo ataques de ansiedad
ocasionales y sigo trabajando en ello. Dentro de mi normalidad, cuando siento
que es necesario, simplemente me desconecto del mundo por un rato. Y eso está
bien. Es sano hacerlo para reiniciarme.)
Ale
Acosta.
Contadora
de profesión, Twittera por vocación y ahora escritora de mis propias
historias como método terapéutico.
Excelente su narrativa contándonos de su enfermedad, pero fue más excelente el haber acudido a los profesionales especialistas en dicha materia y no atender a los fastidiosos consejos que a veces lanzan amigos@ sin darsen cuenta que a veces es peor la cura que la enfermedad.. Le deseo pronta recuperacion
ResponderBorrarDe usted,
Luis Anibal
Entendido. Un abrazo.
ResponderBorrarGracias.
BorrarMe dejas sin palabras mi Ale, si antes te admiraba ahora más.!!
ResponderBorrarGracias Diana, me honras, la admiración es mutua.
BorrarEs un buen avance Ale, la aceptación como primer paso. Aunque nos han educado con la convicción de 'tú puedes con todo' o 'nada te queda grande'; son afirmaciones que de cierta manera nos obligan a portarnos como si fuéramos inmunes al dolor, a los sentimientos y; terminamos ocultando nuestro verdadero yo, por temor a defraudar a quienes nos catalogaron siempre como damas de hierro.
ResponderBorrarGracias Ruby por sacar tiempo para leerme, pero especialmente por cada una de tus palabras.
BorrarAcá seguiré para seguir conociéndote y aprendiendo. Un abrazo
ResponderBorrarMuchas gracias por leer el post
BorrarGracias por compartir tu escrito y saber que te ayuda a liberar algo de tu situación. Realmente es un tema muy serio que tal vez muchos desconocemos.
ResponderBorrarEspero poder volver a leerte.
Un abrazo y nuevamente muchas gracias por compartir.
Enith gracias a ti por leerlo y apoyarme.
Borrar¡Hola Ale; excelente escrito! Como tu dices, es una gran terapia escribir; y no solo por la situación de tu experiencia con la ansiedad y la depresión, sino porque ayudas a muchas personas que se identifican con lo acá expuesto, y no son capaces de expresarlo. Las pautas que das para muchos que posan de "psicólogos frustrados" son excelentes; en especial, porque aunque lo hacen con la mejor de las intenciones, no alcanzan a medir consecuencias de que están haciendo el efecto contrario. Y no creas... Muchos hemos pensado exactamente igual que tú, y con el tiempo y las experiencias, hemos ido aprendiendo que no o sabemos todo, y que una buena ayuda profesional hace mucho bien. Aunque creo no haber pasado por las mismas circunstancias, me identifiqué con tu manera de ser plenamente; lo que si sé, es que el día que considere que necesito ayuda profesional, acudiré sin prevenciones de ninguna índole y con la certeza de mejorar a nivel personal y emocional. Gracias por compartir tu experiencia.
ResponderBorrarAna Patricia, gracias totales por tomarte el tiempo de leerme, la idea de compartir mi experiencia en parte es un proceso de sanación, confío que pueda servirle a muchas personas que estén pasando por una situación similar, es muy valioso tu apoyo y te lo agradezco mucho.
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