El perdón como método de liberación

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Prologo

Quiero empezar diciéndoles que este post tiene dos partes, un antes y un después, la primera cuando empecé a escribirlo en negación y dejarlo a medias, porque en ese momento mi voluntad, o más bien, mi torpeza voluntaria hacia el perdón; no tenían límites, la segunda cuando decidí retomarlo porque pude comprender luego de un repentino y extraño remezón de mis escrúpulos, en el que tengo la certeza; es obra divina, porque de forma responsable y voluntaria JAMÁS lo habría sentido, y aunque repetía constantemente que el perdón era algo personal, nunca me tome la molestia de ponerlo en práctica (sí, tengo conciencia, solo que no la uso para ningún tipo de arrepentimiento ni remordimientos como la mayoría de personas)

 

Agosto /2020

Desde hace mucho tiempo venía con ganas de escribir acerca del perdón, pero es un tema que me genera pereza debido a mi escasa voluntad para manifestarlo. Conceptualmente, el perdón implica olvidar todas las faltas que algunas personas hayan cometido contra nosotros, sin guardar rencor ni castigarlas por el daño que hicieron. La mayoría perdona con facilidad porque su naturaleza es pasar por alto cada ofensa. Tal vez gozan de una conexión espiritual estruendosa. La mía, por ejemplo, se conecta con el Dios del Antiguo Testamento, que cobraba a diestra y siniestra cualquier afrenta de los hombres; no tenía piedad. Esto podría parecer malvado para algún mojigato o fanático religioso, pero yo dejo un pequeño espacio de mis emociones reservado para aquellos que se atreven a ofenderme. Tengo claro que el momento de cobrar la deuda, aunque pasen los años, siempre llega.

No olvido nombres, ni rostros, mucho menos acciones en mi contra. Siendo sincera, en algunas ocasiones moví hilos para que unos cuantos me pagaran sus afrentas, y después pasé frente a ellos regodeándome en mi triunfo. Soy fan de la justicia divina, pero también de la expresión: 'En esta vida, todo se paga', que adapté a mis intenciones como: 'Lo que se hace en vida, en vida debe saldarse'. Quiero creer que todo aquel que se va sin pagar tiene una perpetuidad de sufrimiento asegurada. No obstante, como a nadie le consta esa sentencia, prefiero que el castigo sea en vida. Mejor aún, tener la oportunidad de presenciar esa monumental caída.

Ya sé que esta forma de pensar no cae bien, pero nunca pierdo tiempo en intentar cambiar la opinión de los demás sobre mí. No voy por la vida persiguiendo a quienes me han dañado, ni tengo la palabra 'venganza' en mis pensamientos. No es algo que me quite el sueño ni me haga perder kilos (aún no hallo nada que me sirva para eso), pero si encuentro la oportunidad, la tomo

No vivo en función de los demás, pero muchas veces, enterarme de que la vida les cobra a las personas el daño que me han hecho me resulta satisfactorio. Saber que alguien más fue un medio para resarcir esa deuda es orgásmico. Imagino un puñal del destino provocando una herida imposible de cerrar y causando el más profundo dolor, donde cada agravio cometido por esa persona deba vivirlo en carne propia. Si eso me hace un mal ser humano, tengo claro el camino que me condena. De ser así, lo más seguro es que allá me encuentre con esos personajes, y les puedo asegurar que una eternidad con una persona intensa como yo, cobrando ofensas y dando cantaleta, será un verdadero castigo.

De mí no podrán esperar compasión, ni decirle a mi ofensor que lo perdono cuando ni siquiera es capaz de aceptar su culpa. Mucho menos desearle lo mejor. Quizás lo que puedo pedir por él es que ojalá no se reproduzca, o que no sea iluminado sino eliminado. Conozco muchas personas que han tenido que ir al psiquiatra por la maldad de otros; por suerte, hasta ese punto no llego. Lo mío ha sido la irreverencia y la burla en cara de quienes me dañaron. Una de esas anécdotas es la siguiente:

Cuando tenía 19 años, la mamá del novio que tenía me adoraba. Nuestras familias eran amigas, y por lo tanto, las relaciones eran buenas. Con el tiempo, a la señora se le ocurrió que yo era una mala influencia para su nene (sin tilde, como se pronuncia en la costa, ya saben, con ese toque familiar y sin pretensiones). A él no le importaba, ni a mí tampoco, así que seguimos saliendo como si nada. Pero ella, terca como una mula, hizo todo lo que estuvo a su alcance para separarnos. Finalmente, me cansé del odio sin sentido de esa señora y me alejé. No quería fracturar la antigua amistad entre las familias.

Eso sí, no me fui sin antes darle una buena lección verbal, como es mi costumbre. Le dejé muy claro mi punto de vista, y aunque mi papá insistió en que debía disculparme con ella, nunca lo hice. ¿Por qué debería? No estaba en mi ofrecer disculpas cuando fui la ofendida, víctima de sus ataques irracionales. Las cosas quedaron así, sin más.

Meses después, la señora murió de causas naturales (y no, antes de que se les pase por la cabeza, no tuve nada que ver; tampoco es que sea tan mala). En mi tierra es costumbre que antes de pasar a la funeraria, la familia y los más allegados se acerquen a la casa del fallecido para dar el pésame y ofrecerse a cargar el féretro en hombros. Como son casas enormes con terrazas grandísimas, caben cantidades de personas que, honestamente, parece que están ahí para una misa y no para una despedida. Afuera, los demás esperan acompañar el féretro en su salida.

El tema es que, como ya todos sabían las razones que les he comentado, mi familia no se molestó en invitarme a dar el pésame, ni a la misa, ni mucho menos al sepelio. Claro, la señorita "maldadosa" tenía otros planes. Me vestí completamente de rojo (porque, ¿por qué no?), lo complementé con labios a juego y unos lentes negros para darle un toque dramático al momento.

Cuando llegué, me quité los lentes y esbocé mi mejor sonrisa. Pueden imaginarse la cara de todos los presentes, y el murmullo que empezó a correr: "¡Fulana se debe estar revolcando en su féretro!" Y sí, eso era exactamente lo que quería. Fue un momento fugaz, no llegué para quedarme. Mi pequeña travesura me supo a gloria y con ella saldé todas sus maldades e insultos.

(Vuelvo a recordarla hoy, ahora que decidí escribir esto. Igual, no solo murió físicamente ese día, también su recuerdo en mi corazón… para siempre).

 

Octubre-Noviembre /2020

Siempre pensé que era lógico esperar que los demás pagaran por sus culpas, y además desear que el daño que causaran se les triplicara. Después de todo, la venganza, ya sea por cuenta propia o a fuerza del destino en el que siempre he confiado, es como un veneno. Un veneno pequeño que no mata de inmediato, pero que se dosifica lentamente en nuestro sistema, manteniéndose vivo por años. Especialmente cuando revivimos mentalmente la situación que nos afectó en su momento o, siendo más dramáticos, marcó nuestra vida.

Para algunos, el veneno se libera en una dosis única, con un efecto inmediato. El tipo de veneno que lleva a consecuencias nefastas, como esas historias donde, en un ataque de ira y dolor, alguien acaba con 80 puñaladas a su ex. (Un ejemplo perverso que algunos abogados solían usar para defender a su cliente, buscando atenuar su condena… claro, no es que vayan a caerme encima por este comentario).

Ninguna de las dos situaciones es ideal. No te liberas del pecado cometido por la venganza, como tampoco del sentimiento tóxico al que te aferras. Quizás, y solo quizás, el concepto de justicia ha sido deformado y utilizado a conveniencia de quien puede comprarla. Aunque también creo, y confieso, que la justicia llega de una u otra manera. Lo curioso es que, en estos momentos, siento un "no sé qué" que ha cambiado algo dentro de mí.

No soy de las que cambia de opinión fácilmente. Cuando creo en algo, lo hago con todo mi ser, y eso incluye los sentimientos negativos. Pero, hablando del perdón, algo me sucedió. No sé si fue una epifanía, pero lo cierto es que estaba en plena posesión de mis seis sentidos (incluyendo la intuición, obviamente), cuando de repente, al final de una reunión en la que explicaba unos estados financieros, sentí una necesidad de eliminar la rabia y el rencor.

Todo aquello que por años guardé como resentimiento hacia cada ofensa en mi contra… de pronto, se sintió innecesario. Explicarlo no es sencillo. Simplemente, llegó de manera repentina. Tal vez es el resultado de pedirle a Dios que me concediera calma. Porque, aunque mi ansiedad esté alimentada por medicamentos, muy en el fondo siempre supe que esa ansiedad era producto de todo lo que no solté. De esas personas que encadené a emociones que, de manera absurda, esperaba despertar en algún momento para "finiquitar" cuentas.

Al final, no engañaba a nadie más que a mí.

No obstante, cuando admitimos la verdad en nuestro interior, alcanzamos la calma. No digo que esto ocurra de inmediato, ni que lo entendí y acepté al instante. Fue un largo proceso el que me llevó hasta aquí, acompañado de una ola de cuestionamientos que, como suele pasar, aparecían en los momentos y lugares menos apropiados. Preguntas que dejaba pendientes hasta que, al llegar a casa, retomaba.

Pensamientos como... dicen que debemos perdonar porque no sabemos cuánto tiempo estarán las personas en nuestra vida. Pueden morir de repente y los problemas quedarán sin resolver. Pero entonces me surgía otra pregunta: ¿y si soy yo la que falte, la que muera en cualquier momento? ¿Me llevaré conmigo a la otra vida todo ese rencor, los sentimientos negativos, y mis juicios por saldar? No es que dude de la existencia de otra vida después de la muerte, es más, lo acepto como una creencia personal. Pero, en realidad, ¿será cierto? ¿Habrá cielo e infierno? ¿Olvidaré todo allá o me encontraré con ellos para resolverlo en un cara a cara cósmico?

Cuestionar es lo mío, pero las respuestas no llegaban. Eso me molestaba. Hasta que hice un alto y pensé: si estas cargas no me dejan vivir ahora, menos aún permitirán que parta el día que llegue mi final. No quiero llevarme nada, ni para bien ni para mal. Si hay otra vida esperándome, quiero empezarla sin peso. Fue en ese momento que comprendí que, por culpa de mi inmenso orgullo, no he dejado que algunos parientes que me ofendieron descansen en paz. Quizás por eso sueño con ellos una y otra vez. Tal vez el asunto pendiente que no los deja avanzar sea decirles que ya no me deben nada.

Aunque partieron hace mucho, puedo decir con absoluta convicción que no sentí culpa ni remordimiento por haberme alejado. De alguna forma, creía que al no estar más en mi vida, estaban pagando por las faltas que cometieron contra mí. ¡Qué ridícula he sido! Ellos necesitan irse libres, al igual que yo. No sé si morir es el acto final que salda todas nuestras deudas, pero lo que sí sé, es que no quiero dejar nada inconcluso. Ni con mi familia, ni con amigos, ni con conocidos.

No tengo certeza de a dónde iré después de la muerte física, pero quiero ser libre, y dejar a los demás en la misma libertad, sin rencores ni cargas. Cuando digo "todos", lo hago sin excepciones. Al final, rendiré cuentas solo por mis acciones, y cada quien deberá hacer lo mismo.

"Somos el producto de creencias infundadas, y no siempre para bien. Cuando se trata de familia, nos enseñaron a querer por obligación a esas personas con las que compartimos lazos de sangre, aunque sus acciones fueran reprochables y, en muchos casos, nos hicieran daño. El hermano que te trató como Caín hizo con Abel, el tío que te robó dinero, el padre o madre que te abandonó, o los sobrinos que solo te buscan para pedirte favores, y siempre con un interés en la plata. Hay infinidad de anécdotas dentro de cada núcleo familiar. Nos enseñaron que el perdón para ellos y sus faltas debía saldarse, porque 'familia es familia', decían los abuelos, como si eso fuera una ley incuestionable.

Por fortuna, somos seres autónomos, capaces de decidir cuándo es necesario perdonar... y cuándo no."

La religión también habla del perdón. Y aquí entra en escena el Antiguo Testamento, recordándonos la famosa ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Una ley que imponía a quien causaba un daño sufrir el mismo mal que infligió. A mí me suena a poesía pura, pero en las sociedades modernas, con sistemas de justicia corruptos que favorecen criminales y castigan inocentes según su sesgo ideológico, no es lo ideal. Al menos, la interpretación a conveniencia en nuestro país sería descomunal.

Sin embargo, con la llegada de Jesús, muchas cosas cambiaron. Mejor dicho, se perfeccionaron, especialmente en lo que se refiere a la justicia. Ya no solo se hablaba de castigo, sino que se debía incluir la misericordia y, por supuesto, el amor. Esa sí fue una verdadera revolución. Y, obvio, Jesús no era el 'guerrillero' que algunos mediocres criminales e izquierdistas intentan hacernos creer. Quieren ponerlo como ejemplo de lucha, pero su lenguaje era de amor y perdón, no el incendiario ni el de odio de clases.

El perdón es un acto voluntario, producto de una decisión personal. Nadie puede obligarnos a concederlo, ni exigirlo. Sin embargo, cuando observamos las historias de nuestro país, Colombia, nos enfrentamos a casos desgarradores. Se nos pide como sociedad 'tragar sapos' y perdonar a criminales de lesa humanidad que ni siquiera muestran arrepentimiento por sus crímenes. Mientras tanto, sus víctimas continúan siendo amenazadas, asesinadas, desplazadas y completamente desprotegidas. Es aquí donde comprendemos cómo el concepto de perdón ha sido desfigurado.

Otros casos

El 'ladrón que roba por necesidad', nos dicen, no debemos juzgarlo, sino perdonarlo. Pero cuando esa necesidad lo lleva al asesinato de alguien que se resistió, la historia cambia. Nos indigna, no lo perdonamos porque atenta contra nuestra dignidad y moral. En ese escenario, nos ponemos del lado de la víctima, donde inevitablemente nos reflejamos.

Ahora bien, ¿debemos conceder pequeñas absoluciones en nuestra vida cotidiana? Perdonar al amigo que solo estuvo en las buenas, ese que aparece cuando tienes dinero para invitar o regalos que ofrecer, pero desaparece cuando necesitas un hombro donde apoyarte. Amistades que te usan como su psicólogo o guía espiritual, pero que huyen cuando eres tú quien atraviesa dificultades.

Está también la pareja que te abandonó en el peor momento, cuando enfermaste, porque no soportó la presión. Y qué decir de los que nos traicionaron, nos estafaron, ya sea en un negocio o emocionalmente. El asesino de un ser querido, el responsable de un accidente fatal. Los que mintieron sobre nosotros, que manipularon a otros para ponerlos en nuestra contra. Y peor aún, aquellos que, sin investigar la verdad, decidieron enlodar tu nombre.

Están también los que se aprovechan de la empatía ajena, fingiendo enfermedades o vulnerabilidades económicas, no piden ayuda directamente, pero saben cómo manipular a los que los rodean para obtenerla. Los ejemplos son innumerables. Podría seguir mencionando casos sin fin, pero temo atropellar las emociones de quienes aún no tienen la certeza de si están listos para perdonar.

No somos de piedra. Nos afecta, nos duele, y nos da rabia el daño que otras personas nos hacen, sobre todo cuando nuestras acciones fueron de buena fe y con el corazón en la mano. Perdonar es un acto de inteligencia, pero eso no significa olvidar, ni justificar las acciones dañinas de los demás. Mucho menos se trata de abrazar a tu agresor, porque, a pesar de lo que algunos puedan decir, no creo que sea sano. Me parece más bien un camino hacia la revictimización. Tu intención de alcanzar tranquilidad puede ser buena y lo haces por ti, pero, ¿realmente el agresor piensa de la misma forma? ¿Tiene las mismas intenciones que tú?

Nunca lo sabrás en realidad. Él puede fingir, buscando recuperar su libertad, reducir su pena o simplemente quedar bien delante de otros. Quizás su arrepentimiento sea genuino, pero siempre quedará la duda. Por eso, considero que nadie debe sentirse obligado a perdonar si no tiene la certeza de que se puede corregir el daño que le hicieron. Pero, al mismo tiempo, está la opción personal de abrir el corazón y liberarse de cargas innecesarias. Eso no significa que debemos permitir que nos vuelvan a pisotear.

Si la venganza no trae la catarsis esperada, tampoco lo hará repartir perdones para satisfacer a la familia o a la sociedad. Perdonamos porque nos nace, de forma consciente, lo hacemos para quitarle poder a esa persona sobre nosotros. Perdona para recuperar tu salud mental, para sanar la autoestima que se vio afectada. El perdón es un acto de grandeza personal y moral, y no lo hacemos por los demás, sino por nosotros. Incluso puede mejorar nuestro estado anímico, sanar la depresión, la ansiedad y el estrés. Muchas veces, esas enfermedades provienen de lo que callamos y guardamos en nuestro interior, consumiéndonos poco a poco. (Indaguen con su psicólogo, psiquiatra o líder espiritual de confianza; no es un invento mío)."

Hay que tener claro que el que mintió, lo seguirá haciendo. Tal vez sea mitómano y ni siquiera lo sepa, pero tarde o temprano sus mentiras se caerán por su propio peso. El ladrón seguirá robando, sin importar cuántas veces pase por la cárcel. El infiel repetirá su traición, porque su naturaleza lo lleva a entregarse a pasiones desbordadas sin considerar los sentimientos de su pareja. Y aquel que cree en las mentiras de otros y las difunde, será siempre una persona sin carácter ni criterio, que necesita aferrarse a alguien peor para sentirse parte de algo.

Recuerden: no existen ex asesinos, ex terroristas, ex violadores o ex abortistas. No estoy justificando las acciones de estas personas, solo pongo en contexto que no dejarán de ser quienes son por la bondad o misericordia ajena. El perdón no otorga impunidad, o al menos, no debería. El hambre no es cosa de un solo día, y las necesidades de quien no tiene nada son constantes. El familiar que nos robó dinero, créanme, no lo hará durar por siempre. El que nunca ha tenido un peso y lo recibe mal habido, pronto lo verá desvanecerse. Y al que finge estar enfermo, eventualmente la salud lo traicionará y ya no tendrá a nadie que lo ayude, porque la solidaridad se agota cuando se convierte en obligación y se revelan las manipulaciones.

El terrorista puede tener la suerte de morir a manos de otro, o de causas naturales, pero antes sufrirá a cada instante. El asesino de tu ser querido, aunque condenado por la justicia, seguirá siendo un homicida en la mirada de la sociedad. Si huye, será perseguido. Si es liberado, seguirá siendo señalado. Y la mancha en su conciencia, para quien ocasionó un accidente, jamás se borrará.

A pesar de todo esto, el que perdona queda en paz. Al perdonar, te liberas del vacío, de la rabia y del inconformismo. Recuperas tu salud emocional, mental y espiritual. Recobras la alegría y te quitas una carga emotiva (dicen que incluso hasta física... ya les contaré si pierdo unos kilos después de perdonar y perdonarme). Te absuelves a ti mismo por haber creído, confiado y permitido que te convirtieran en víctima.

Ahora bien, conozco casos de personas que han sentido empatía por su victimario. Mujeres que han perdonado infidelidades que destruyeron sus hogares y aun así recuperaron sus matrimonios. Madres y padres que han perdonado al asesino de sus hijos. Hasta el Papa Juan Pablo II perdonó a quien le disparó y casi le quitó la vida, a pesar de que ese hombre nunca pidió perdón. No comparto este tipo de perdón, pero tampoco soy quién para cuestionar una decisión tan íntima y personal. Es especialmente respetable cuando, en casos trágicos, te das cuenta de que la víctima decide perdonar y afirma no tener ningún sentimiento negativo hacia su agresor. En mi caso, resolví perdonar pensando en mí, reflexionando sobre el descanso eterno de quienes ya no están, y para no seguir atando un sentimiento que me generaba cargas innecesarias.

Les comparto una experiencia personal que viví hace poco. En mi familia surgió una situación compleja de salud, y curiosamente, la única persona que me apoyó en esos momentos fue alguien a quien siempre he querido odiar y olvidar con todas mis fuerzas. No solo por los errores que esa persona cometió, sino también por los míos. A pesar de eso, no podía borrarla de mi vida. Con humildad y sin orgullo, dejó a un lado nuestras diferencias y oró cada día por mí y por los míos. Estuvo pendiente, incluso cuando en mi casa no es precisamente una persona querida. Con esas acciones, una vez más, puedo decir que Dios obra de formas misteriosas. Esta persona no me hizo un daño trágico ni mucho menos, pero tampoco se disculpó por sus acciones, o mejor dicho, por sus omisiones. Sin embargo, estuvo conmigo cuando me encontraba sola. (Actualmente seguimos trabajando en reparar nuestras diferencias, sé que tomará tiempo, pero hay voluntad).

No se equivoquen al pensar que perdonar es olvidar, ni reconciliarse con quien nos hizo daño. Cada situación y cada persona es diferente. No confundan la disculpa con el perdón. Disculpamos a quienes nos ofenden sin intención, pero el perdón es un proceso personal que toma tiempo, y a veces años. Depende de cada quien, y nadie puede forzarnos a hacerlo. Yo misma me he cuestionado muchas veces por ser como soy. Cuando decido que alguien salga de mi vida, es como si nunca hubiera existido. Incluso, muchos familiares murieron esperando una palabra mía que nunca llegó, y no sentí nada. Como dije antes, me fue indiferente. Tenía la errónea idea de que con la muerte se saldaban las cuentas, pero no pensé que con eso estaba retrasando su paso hacia otra vida. (Es mi creencia, no estoy tratando de imponérsela a nadie). Con los vivos, aprendí a borrar ese espacio en mi corazón y en mis recuerdos, porque no se lo merecen. No son dignos de ninguna emoción de mi parte.

Amargarse por otras personas toma tiempo, y ese es el lujo que no tengo con tantas ocupaciones. A ellos les deseo, sin rabia alguna, que se les multipliquen sus acciones, sean buenas o malas. Al final, tendrán que rendir cuentas por sus actos, ya sea ante la justicia divina o, peor aún, ante la humana, cuando se topen con alguien que cobre ojo por ojo.

Ahora que he tenido este despertar, siento que fue una resolución inconsciente que hice ante el Altísimo. Puede que mi sistema de creencias espirituales no sea perfecto, porque del cristianismo solo comparto algunas variantes. Sin embargo, lo que considero esencial es la fe. Creo que nuestra alma es un reflejo de la esencia divina, y por amor y respeto a lo que soy, no puedo andar por la vida destruyéndome a mí misma, ni a los demás por sus pecados. No estoy diciendo que nunca volveré a enojarme ante las injusticias o que le sonreiré a quienes me han hecho daño, porque eso dejaría de ser yo. Lo que sí puedo hacer es dejarlos en las manos y la voluntad de Dios, que no actuará cuando yo quiera, sino cuando sea el momento que él decida."

Con esto, quiero compartir mi experiencia personal. Espero que muchos también puedan encontrar el perdón para sí mismos, porque en mi absoluto y total egoísmo, creo que lo primero es hallar nuestra sanación si queremos ofrecerla a otros. Nunca olviden que perdonar es un acto muy íntimo y de vital importancia para llevar una vida llena de tranquilidad. Recuerden también que es un proceso voluntario que llegará a su interior en el momento indicado, cuando usted acepte que está haciendo lo correcto. No es un abracadabra, un medicamento o un acto colectivo; es una decisión profunda e individual.

Para finalizar, no es que pretenda hacer un enfoque de géneros al hablar de la venganza, pero les dejo un par de preguntas:


¿Quién tiene más sed de venganza, las mujeres o los hombres?
¿Quién es más letal a la hora de vengarse?

En mi humilde opinión, tanto hombres como mujeres pueden sentir sed de venganza cuando han sido destruidos u ofendidos. No es una generalización. Los hombres suelen actuar de forma explosiva e inmediata, mientras que nosotras las mujeres, somos peores a la hora de cobrar venganza. Tomamos mucho tiempo para planear y ejecutar nuestra revancha. Esperamos con serenidad, como serpientes que se enroscan y tienen paciencia hasta que llega el momento de atacar a nuestra víctima de forma sigilosa. Sin que este lo sospeche, lo atrapamos y le provocamos un dolor lento pero intenso. Nos gusta deleitarnos con los postres, y dicen que estos son más deliciosos fríos.

*No me hagan explicarles el sarcasmo. *

 

  

Ale Acosta.

Contadora Pública de profesión, Twittera por vocación y ahora escritora de mis propias historias como método terapéutico. 

Comentarios

  1. Excelente como todos tus escritos. En lo personal hace mucho tiempo decidí no guardar rencor A nadie. Y perdonar a los que me han atacado,O
    Ofendido o lastimado. Entendí que eran cargas muy pesadas que no me dejaban ser felíz y libre. Pero eso no significa que uno se deje ver la cara de pendejo.

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    1. Al final Diego, lo mejor es estar libre de cargas y ataduras.

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  2. Excelente Ale... Esperare a que escribas tu libro.. Todo lo malo que hagas en esta vida lo pagas.. El peor enemigo del hombre es una mujer quieta y enroscada espera el tiempo que sea para calmar su sed de venganza

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  3. Te cuento que alguna vez escribí un cuento para niños, referente a este tema para una entidad financiera. Y creo que hablar del perdón nos ayuda a hacer retrospeccion y a perdonarnos y a perdonar. Muy buen Post Ale, sigue.

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    1. Muchas gracias por tu apoyo, me parece genial lo del cuento que escribiste, ojala un día de estos puedas compartírmelo para poder leerlo, el perdón siempre será una decisión personal que hacemos pensando en nuestro bienestar.

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  4. Amiga eres muy franca en tu historia, y lo del perdón es algo muy personal, se perdona muchas veces y no se olvida, además cuando los victimarios se ufanan del daño hecho ni modo.

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  5. Ale, excelente tu escrito.
    El perdonar aliviaba el alma.
    Abracitos

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  6. Ale, dime si mi comentario te llegó ¡o se me borró por muy
    largo! :'o

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    1. solo me llegaron estos comentarios: (copio y pego)

      Ale, excelente tu escrito.
      El perdonar aliviaba el alma.
      Abracitos

      soy yo, Pispirispis! : )

      Te agradezco muchisimo que saques tiempo para leerme, saludos.

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