Prologo
Quiero empezar
diciéndoles que este post tiene dos partes, un antes y un después, la primera
cuando empecé a escribirlo en negación y dejarlo a medias, porque en ese
momento mi voluntad, o más bien, mi torpeza voluntaria hacia el perdón; no
tenían límites, la segunda cuando decidí retomarlo porque pude comprender luego
de un repentino y extraño remezón de mis escrúpulos, en el que tengo la
certeza; es obra divina, porque de forma responsable y voluntaria JAMÁS lo
habría sentido, y aunque repetía constantemente que el perdón era algo
personal, nunca me tome la molestia de ponerlo en práctica (sí, tengo
conciencia, solo que no la uso para ningún tipo de arrepentimiento ni
remordimientos como la mayoría de personas)
Agosto /2020
Desde hace mucho tiempo venía
con ganas de escribir acerca del perdón, pero es un tema que me genera pereza
debido a mi escasa voluntad para manifestarlo. Conceptualmente, el perdón
implica olvidar todas las faltas que algunas personas hayan cometido contra
nosotros, sin guardar rencor ni castigarlas por el daño que hicieron. La
mayoría perdona con facilidad porque su naturaleza es pasar por alto cada
ofensa. Tal vez gozan de una conexión espiritual estruendosa. La mía, por
ejemplo, se conecta con el Dios del Antiguo Testamento, que cobraba a diestra y
siniestra cualquier afrenta de los hombres; no tenía piedad. Esto podría
parecer malvado para algún mojigato o fanático religioso, pero yo dejo un
pequeño espacio de mis emociones reservado para aquellos que se atreven a
ofenderme. Tengo claro que el momento de cobrar la deuda, aunque pasen los
años, siempre llega.
No olvido nombres, ni rostros,
mucho menos acciones en mi contra. Siendo sincera, en algunas ocasiones moví
hilos para que unos cuantos me pagaran sus afrentas, y después pasé frente a
ellos regodeándome en mi triunfo. Soy fan de la justicia divina, pero también
de la expresión: 'En esta vida, todo se paga', que adapté a mis intenciones
como: 'Lo que se hace en vida, en vida debe saldarse'. Quiero creer que todo
aquel que se va sin pagar tiene una perpetuidad de sufrimiento asegurada. No
obstante, como a nadie le consta esa sentencia, prefiero que el castigo sea en
vida. Mejor aún, tener la oportunidad de presenciar esa monumental caída.
Ya sé que esta forma de pensar
no cae bien, pero nunca pierdo tiempo en intentar cambiar la opinión de los
demás sobre mí. No voy por la vida persiguiendo a quienes me han dañado, ni
tengo la palabra 'venganza' en mis pensamientos. No es algo que me quite el
sueño ni me haga perder kilos (aún no hallo nada que me sirva para eso), pero
si encuentro la oportunidad, la tomo
No vivo en función de los demás,
pero muchas veces, enterarme de que la vida les cobra a las personas el daño
que me han hecho me resulta satisfactorio. Saber que alguien más fue un medio
para resarcir esa deuda es orgásmico. Imagino un puñal del destino provocando
una herida imposible de cerrar y causando el más profundo dolor, donde cada
agravio cometido por esa persona deba vivirlo en carne propia. Si eso me hace
un mal ser humano, tengo claro el camino que me condena. De ser así, lo más
seguro es que allá me encuentre con esos personajes, y les puedo asegurar que
una eternidad con una persona intensa como yo, cobrando ofensas y dando
cantaleta, será un verdadero castigo.
De mí no podrán esperar
compasión, ni decirle a mi ofensor que lo perdono cuando ni siquiera es capaz
de aceptar su culpa. Mucho menos desearle lo mejor. Quizás lo que puedo pedir
por él es que ojalá no se reproduzca, o que no sea iluminado sino eliminado.
Conozco muchas personas que han tenido que ir al psiquiatra por la maldad de
otros; por suerte, hasta ese punto no llego. Lo mío ha sido la irreverencia y
la burla en cara de quienes me dañaron. Una de esas anécdotas es la siguiente:
Cuando tenía 19 años, la mamá
del novio que tenía me adoraba. Nuestras familias eran amigas, y por lo tanto,
las relaciones eran buenas. Con el tiempo, a la señora se le ocurrió que yo era
una mala influencia para su nene (sin tilde, como se pronuncia en la costa, ya
saben, con ese toque familiar y sin pretensiones). A él no le importaba, ni a
mí tampoco, así que seguimos saliendo como si nada. Pero ella, terca como una
mula, hizo todo lo que estuvo a su alcance para separarnos. Finalmente, me
cansé del odio sin sentido de esa señora y me alejé. No quería fracturar la
antigua amistad entre las familias.
Eso sí, no me fui sin antes
darle una buena lección verbal, como es mi costumbre. Le dejé muy claro mi
punto de vista, y aunque mi papá insistió en que debía disculparme con ella,
nunca lo hice. ¿Por qué debería? No estaba en mi ofrecer disculpas cuando fui
la ofendida, víctima de sus ataques irracionales. Las cosas quedaron así, sin
más.
Meses después, la señora murió
de causas naturales (y no, antes de que se les pase por la cabeza, no tuve nada
que ver; tampoco es que sea tan mala). En mi tierra es costumbre que
antes de pasar a la funeraria, la familia y los más allegados se acerquen a la
casa del fallecido para dar el pésame y ofrecerse a cargar el féretro en
hombros. Como son casas enormes con terrazas grandísimas, caben cantidades de
personas que, honestamente, parece que están ahí para una misa y no para una
despedida. Afuera, los demás esperan acompañar el féretro en su salida.
El tema es que, como ya todos
sabían las razones que les he comentado, mi familia no se molestó en invitarme
a dar el pésame, ni a la misa, ni mucho menos al sepelio. Claro, la señorita
"maldadosa" tenía otros planes. Me vestí completamente de rojo
(porque, ¿por qué no?), lo complementé con labios a juego y unos lentes negros
para darle un toque dramático al momento.
Cuando llegué, me quité los
lentes y esbocé mi mejor sonrisa. Pueden imaginarse la cara de todos los
presentes, y el murmullo que empezó a correr: "¡Fulana se debe estar
revolcando en su féretro!" Y sí, eso era exactamente lo que quería. Fue un
momento fugaz, no llegué para quedarme. Mi pequeña travesura me supo a gloria y
con ella saldé todas sus maldades e insultos.
(Vuelvo a recordarla hoy, ahora
que decidí escribir esto. Igual, no solo murió físicamente ese día, también su
recuerdo en mi corazón… para siempre).
Octubre-Noviembre
/2020
Siempre pensé que era lógico
esperar que los demás pagaran por sus culpas, y además desear que el daño que
causaran se les triplicara. Después de todo, la venganza, ya sea por cuenta
propia o a fuerza del destino en el que siempre he confiado, es como un veneno.
Un veneno pequeño que no mata de inmediato, pero que se dosifica lentamente en
nuestro sistema, manteniéndose vivo por años. Especialmente cuando revivimos
mentalmente la situación que nos afectó en su momento o, siendo más dramáticos,
marcó nuestra vida.
Para algunos, el veneno se
libera en una dosis única, con un efecto inmediato. El tipo de veneno que lleva
a consecuencias nefastas, como esas historias donde, en un ataque de ira y
dolor, alguien acaba con 80 puñaladas a su ex. (Un ejemplo perverso que algunos
abogados solían usar para defender a su cliente, buscando atenuar su condena…
claro, no es que vayan a caerme encima por este comentario).
Ninguna de las dos situaciones
es ideal. No te liberas del pecado cometido por la venganza, como tampoco del
sentimiento tóxico al que te aferras. Quizás, y solo quizás, el concepto de
justicia ha sido deformado y utilizado a conveniencia de quien puede comprarla.
Aunque también creo, y confieso, que la justicia llega de una u otra manera. Lo
curioso es que, en estos momentos, siento un "no sé qué" que ha
cambiado algo dentro de mí.
No soy de las que cambia de
opinión fácilmente. Cuando creo en algo, lo hago con todo mi ser, y eso incluye
los sentimientos negativos. Pero, hablando del perdón, algo me sucedió. No sé
si fue una epifanía, pero lo cierto es que estaba en plena posesión de mis seis
sentidos (incluyendo la intuición, obviamente), cuando de repente, al final de
una reunión en la que explicaba unos estados financieros, sentí una necesidad
de eliminar la rabia y el rencor.
Todo aquello que por años guardé
como resentimiento hacia cada ofensa en mi contra… de pronto, se sintió
innecesario. Explicarlo no es sencillo. Simplemente, llegó de manera repentina.
Tal vez es el resultado de pedirle a Dios que me concediera calma. Porque,
aunque mi ansiedad esté alimentada por medicamentos, muy en el fondo siempre
supe que esa ansiedad era producto de todo lo que no solté. De esas personas
que encadené a emociones que, de manera absurda, esperaba despertar en algún
momento para "finiquitar" cuentas.
Al final, no engañaba a nadie
más que a mí.
No obstante, cuando admitimos la
verdad en nuestro interior, alcanzamos la calma. No digo que esto ocurra de
inmediato, ni que lo entendí y acepté al instante. Fue un largo proceso el que
me llevó hasta aquí, acompañado de una ola de cuestionamientos que, como suele
pasar, aparecían en los momentos y lugares menos apropiados. Preguntas que
dejaba pendientes hasta que, al llegar a casa, retomaba.
Pensamientos como... dicen que
debemos perdonar porque no sabemos cuánto tiempo estarán las personas en
nuestra vida. Pueden morir de repente y los problemas quedarán sin resolver.
Pero entonces me surgía otra pregunta: ¿y si soy yo la que falte, la que muera
en cualquier momento? ¿Me llevaré conmigo a la otra vida todo ese rencor, los
sentimientos negativos, y mis juicios por saldar? No es que dude de la
existencia de otra vida después de la muerte, es más, lo acepto como una
creencia personal. Pero, en realidad, ¿será cierto? ¿Habrá cielo e infierno?
¿Olvidaré todo allá o me encontraré con ellos para resolverlo en un cara a cara
cósmico?
Cuestionar es lo mío, pero las
respuestas no llegaban. Eso me molestaba. Hasta que hice un alto y pensé: si
estas cargas no me dejan vivir ahora, menos aún permitirán que parta el día que
llegue mi final. No quiero llevarme nada, ni para bien ni para mal. Si hay otra
vida esperándome, quiero empezarla sin peso. Fue en ese momento que comprendí
que, por culpa de mi inmenso orgullo, no he dejado que algunos parientes que me
ofendieron descansen en paz. Quizás por eso sueño con ellos una y otra vez. Tal
vez el asunto pendiente que no los deja avanzar sea decirles que ya no me deben
nada.
Aunque partieron hace mucho,
puedo decir con absoluta convicción que no sentí culpa ni remordimiento por
haberme alejado. De alguna forma, creía que al no estar más en mi vida, estaban
pagando por las faltas que cometieron contra mí. ¡Qué ridícula he sido! Ellos
necesitan irse libres, al igual que yo. No sé si morir es el acto final que
salda todas nuestras deudas, pero lo que sí sé, es que no quiero dejar nada
inconcluso. Ni con mi familia, ni con amigos, ni con conocidos.
No tengo certeza de a dónde iré
después de la muerte física, pero quiero ser libre, y dejar a los demás en la
misma libertad, sin rencores ni cargas. Cuando digo "todos", lo hago
sin excepciones. Al final, rendiré cuentas solo por mis acciones, y cada quien
deberá hacer lo mismo.
"Somos el producto de creencias infundadas, y no siempre para bien. Cuando se trata de familia, nos enseñaron a querer por obligación a esas personas con las que compartimos lazos de sangre, aunque sus acciones fueran reprochables y, en muchos casos, nos hicieran daño. El hermano que te trató como Caín hizo con Abel, el tío que te robó dinero, el padre o madre que te abandonó, o los sobrinos que solo te buscan para pedirte favores, y siempre con un interés en la plata. Hay infinidad de anécdotas dentro de cada núcleo familiar. Nos enseñaron que el perdón para ellos y sus faltas debía saldarse, porque 'familia es familia', decían los abuelos, como si eso fuera una ley incuestionable.
Por fortuna, somos seres autónomos, capaces de decidir cuándo es necesario perdonar... y cuándo no."
La religión también habla del perdón.
Y aquí entra en escena el Antiguo Testamento, recordándonos la famosa ley del
Talión: ojo por ojo, diente por diente. Una ley que imponía a quien causaba un
daño sufrir el mismo mal que infligió. A mí me suena a poesía pura, pero en las
sociedades modernas, con sistemas de justicia corruptos que favorecen
criminales y castigan inocentes según su sesgo ideológico, no es lo ideal. Al
menos, la interpretación a conveniencia en nuestro país sería descomunal.
Sin embargo, con la llegada de
Jesús, muchas cosas cambiaron. Mejor dicho, se perfeccionaron, especialmente en
lo que se refiere a la justicia. Ya no solo se hablaba de castigo, sino que se
debía incluir la misericordia y, por supuesto, el amor. Esa sí fue una
verdadera revolución. Y, obvio, Jesús no era el 'guerrillero' que algunos
mediocres criminales e izquierdistas intentan hacernos creer. Quieren ponerlo
como ejemplo de lucha, pero su lenguaje era de amor y perdón, no el incendiario
ni el de odio de clases.
El perdón es un acto voluntario,
producto de una decisión personal. Nadie puede obligarnos a concederlo, ni
exigirlo. Sin embargo, cuando observamos las historias de nuestro país,
Colombia, nos enfrentamos a casos desgarradores. Se nos pide como sociedad
'tragar sapos' y perdonar a criminales de lesa humanidad que ni siquiera
muestran arrepentimiento por sus crímenes. Mientras tanto, sus víctimas
continúan siendo amenazadas, asesinadas, desplazadas y completamente
desprotegidas. Es aquí donde comprendemos cómo el concepto de perdón ha sido
desfigurado.
Otros casos
El 'ladrón que roba por
necesidad', nos dicen, no debemos juzgarlo, sino perdonarlo. Pero cuando esa
necesidad lo lleva al asesinato de alguien que se resistió, la historia cambia.
Nos indigna, no lo perdonamos porque atenta contra nuestra dignidad y moral. En
ese escenario, nos ponemos del lado de la víctima, donde inevitablemente nos
reflejamos.
Ahora bien, ¿debemos conceder
pequeñas absoluciones en nuestra vida cotidiana? Perdonar al amigo que solo
estuvo en las buenas, ese que aparece cuando tienes dinero para invitar o
regalos que ofrecer, pero desaparece cuando necesitas un hombro donde apoyarte.
Amistades que te usan como su psicólogo o guía espiritual, pero que huyen
cuando eres tú quien atraviesa dificultades.
Está también la pareja que te
abandonó en el peor momento, cuando enfermaste, porque no soportó la presión. Y
qué decir de los que nos traicionaron, nos estafaron, ya sea en un negocio o
emocionalmente. El asesino de un ser querido, el responsable de un accidente
fatal. Los que mintieron sobre nosotros, que manipularon a otros para ponerlos
en nuestra contra. Y peor aún, aquellos que, sin investigar la verdad,
decidieron enlodar tu nombre.
Están también los que se
aprovechan de la empatía ajena, fingiendo enfermedades o vulnerabilidades
económicas, no piden ayuda directamente, pero saben cómo manipular a los que
los rodean para obtenerla. Los ejemplos son innumerables. Podría seguir
mencionando casos sin fin, pero temo atropellar las emociones de quienes aún no
tienen la certeza de si están listos para perdonar.
No somos de piedra. Nos afecta,
nos duele, y nos da rabia el daño que otras personas nos hacen, sobre todo
cuando nuestras acciones fueron de buena fe y con el corazón en la mano.
Perdonar es un acto de inteligencia, pero eso no significa olvidar, ni
justificar las acciones dañinas de los demás. Mucho menos se trata de abrazar a
tu agresor, porque, a pesar de lo que algunos puedan decir, no creo que sea
sano. Me parece más bien un camino hacia la revictimización. Tu intención de
alcanzar tranquilidad puede ser buena y lo haces por ti, pero, ¿realmente el
agresor piensa de la misma forma? ¿Tiene las mismas intenciones que tú?
Nunca lo sabrás en realidad. Él
puede fingir, buscando recuperar su libertad, reducir su pena o simplemente
quedar bien delante de otros. Quizás su arrepentimiento sea genuino, pero
siempre quedará la duda. Por eso, considero que nadie debe sentirse obligado a
perdonar si no tiene la certeza de que se puede corregir el daño que le
hicieron. Pero, al mismo tiempo, está la opción personal de abrir el corazón y
liberarse de cargas innecesarias. Eso no significa que debemos permitir que nos
vuelvan a pisotear.
Si la venganza no trae la
catarsis esperada, tampoco lo hará repartir perdones para satisfacer a la
familia o a la sociedad. Perdonamos porque nos nace, de forma consciente, lo
hacemos para quitarle poder a esa persona sobre nosotros. Perdona para
recuperar tu salud mental, para sanar la autoestima que se vio afectada. El
perdón es un acto de grandeza personal y moral, y no lo hacemos por los demás,
sino por nosotros. Incluso puede mejorar nuestro estado anímico, sanar la
depresión, la ansiedad y el estrés. Muchas veces, esas enfermedades provienen
de lo que callamos y guardamos en nuestro interior, consumiéndonos poco a poco.
(Indaguen con su psicólogo, psiquiatra o líder espiritual de confianza; no es
un invento mío)."
Hay que tener claro que el que
mintió, lo seguirá haciendo. Tal vez sea mitómano y ni siquiera lo sepa, pero
tarde o temprano sus mentiras se caerán por su propio peso. El ladrón seguirá
robando, sin importar cuántas veces pase por la cárcel. El infiel repetirá su
traición, porque su naturaleza lo lleva a entregarse a pasiones desbordadas sin
considerar los sentimientos de su pareja. Y aquel que cree en las mentiras de
otros y las difunde, será siempre una persona sin carácter ni criterio, que
necesita aferrarse a alguien peor para sentirse parte de algo.
Recuerden: no existen ex
asesinos, ex terroristas, ex violadores o ex abortistas. No estoy justificando
las acciones de estas personas, solo pongo en contexto que no dejarán de ser
quienes son por la bondad o misericordia ajena. El perdón no otorga impunidad,
o al menos, no debería. El hambre no es cosa de un solo día, y las necesidades
de quien no tiene nada son constantes. El familiar que nos robó dinero,
créanme, no lo hará durar por siempre. El que nunca ha tenido un peso y lo
recibe mal habido, pronto lo verá desvanecerse. Y al que finge estar enfermo,
eventualmente la salud lo traicionará y ya no tendrá a nadie que lo ayude,
porque la solidaridad se agota cuando se convierte en obligación y se revelan
las manipulaciones.
El terrorista puede tener la
suerte de morir a manos de otro, o de causas naturales, pero antes sufrirá a
cada instante. El asesino de tu ser querido, aunque condenado por la justicia,
seguirá siendo un homicida en la mirada de la sociedad. Si huye, será
perseguido. Si es liberado, seguirá siendo señalado. Y la mancha en su
conciencia, para quien ocasionó un accidente, jamás se borrará.
A pesar de todo esto, el que
perdona queda en paz. Al perdonar, te liberas del vacío, de la rabia y del
inconformismo. Recuperas tu salud emocional, mental y espiritual. Recobras la
alegría y te quitas una carga emotiva (dicen que incluso hasta física... ya les
contaré si pierdo unos kilos después de perdonar y perdonarme). Te absuelves a
ti mismo por haber creído, confiado y permitido que te convirtieran en víctima.
Ahora bien, conozco casos de
personas que han sentido empatía por su victimario. Mujeres que han perdonado
infidelidades que destruyeron sus hogares y aun así recuperaron sus
matrimonios. Madres y padres que han perdonado al asesino de sus hijos. Hasta
el Papa Juan Pablo II perdonó a quien le disparó y casi le quitó la vida, a
pesar de que ese hombre nunca pidió perdón. No comparto este tipo de perdón,
pero tampoco soy quién para cuestionar una decisión tan íntima y personal. Es
especialmente respetable cuando, en casos trágicos, te das cuenta de que la
víctima decide perdonar y afirma no tener ningún sentimiento negativo hacia su
agresor. En mi caso, resolví perdonar pensando en mí, reflexionando sobre el
descanso eterno de quienes ya no están, y para no seguir atando un sentimiento
que me generaba cargas innecesarias.
Les comparto una experiencia personal
que viví hace poco. En mi familia surgió una situación compleja de salud, y
curiosamente, la única persona que me apoyó en esos momentos fue alguien a
quien siempre he querido odiar y olvidar con todas mis fuerzas. No solo por los
errores que esa persona cometió, sino también por los míos. A pesar de eso, no
podía borrarla de mi vida. Con humildad y sin orgullo, dejó a un lado nuestras
diferencias y oró cada día por mí y por los míos. Estuvo pendiente, incluso
cuando en mi casa no es precisamente una persona querida. Con esas acciones,
una vez más, puedo decir que Dios obra de formas misteriosas. Esta persona no
me hizo un daño trágico ni mucho menos, pero tampoco se disculpó por sus
acciones, o mejor dicho, por sus omisiones. Sin embargo, estuvo conmigo cuando
me encontraba sola. (Actualmente seguimos trabajando en reparar nuestras
diferencias, sé que tomará tiempo, pero hay voluntad).
No se equivoquen al pensar que
perdonar es olvidar, ni reconciliarse con quien nos hizo daño. Cada situación y
cada persona es diferente. No confundan la disculpa con el perdón. Disculpamos
a quienes nos ofenden sin intención, pero el perdón es un proceso personal que
toma tiempo, y a veces años. Depende de cada quien, y nadie puede forzarnos a
hacerlo. Yo misma me he cuestionado muchas veces por ser como soy. Cuando
decido que alguien salga de mi vida, es como si nunca hubiera existido.
Incluso, muchos familiares murieron esperando una palabra mía que nunca llegó,
y no sentí nada. Como dije antes, me fue indiferente. Tenía la errónea idea de
que con la muerte se saldaban las cuentas, pero no pensé que con eso estaba
retrasando su paso hacia otra vida. (Es mi creencia, no estoy tratando de
imponérsela a nadie). Con los vivos, aprendí a borrar ese espacio en mi corazón
y en mis recuerdos, porque no se lo merecen. No son dignos de ninguna emoción
de mi parte.
Amargarse por otras personas
toma tiempo, y ese es el lujo que no tengo con tantas ocupaciones. A ellos les
deseo, sin rabia alguna, que se les multipliquen sus acciones, sean buenas o
malas. Al final, tendrán que rendir cuentas por sus actos, ya sea ante la
justicia divina o, peor aún, ante la humana, cuando se topen con alguien que
cobre ojo por ojo.
Ahora que he tenido este
despertar, siento que fue una resolución inconsciente que hice ante el
Altísimo. Puede que mi sistema de creencias espirituales no sea perfecto,
porque del cristianismo solo comparto algunas variantes. Sin embargo, lo que
considero esencial es la fe. Creo que nuestra alma es un reflejo de la esencia
divina, y por amor y respeto a lo que soy, no puedo andar por la vida
destruyéndome a mí misma, ni a los demás por sus pecados. No estoy diciendo que
nunca volveré a enojarme ante las injusticias o que le sonreiré a quienes me
han hecho daño, porque eso dejaría de ser yo. Lo que sí puedo hacer es dejarlos
en las manos y la voluntad de Dios, que no actuará cuando yo quiera, sino
cuando sea el momento que él decida."
Con esto, quiero compartir mi
experiencia personal. Espero que muchos también puedan encontrar el perdón para
sí mismos, porque en mi absoluto y total egoísmo, creo que lo primero es hallar
nuestra sanación si queremos ofrecerla a otros. Nunca olviden que perdonar es
un acto muy íntimo y de vital importancia para llevar una vida llena de tranquilidad.
Recuerden también que es un proceso voluntario que llegará a su interior en el
momento indicado, cuando usted acepte que está haciendo lo correcto. No es un
abracadabra, un medicamento o un acto colectivo; es una decisión profunda e
individual.
Para finalizar, no es que
pretenda hacer un enfoque de géneros al hablar de la venganza, pero les dejo un
par de preguntas:
¿Quién tiene más sed de venganza, las mujeres o los hombres?
¿Quién es más letal a la hora de vengarse?
En mi humilde opinión, tanto
hombres como mujeres pueden sentir sed de venganza cuando han sido destruidos u
ofendidos. No es una generalización. Los hombres suelen actuar de forma
explosiva e inmediata, mientras que nosotras las mujeres, somos peores a la
hora de cobrar venganza. Tomamos mucho tiempo para planear y ejecutar nuestra
revancha. Esperamos con serenidad, como serpientes que se enroscan y tienen
paciencia hasta que llega el momento de atacar a nuestra víctima de forma
sigilosa. Sin que este lo sospeche, lo atrapamos y le provocamos un dolor lento
pero intenso. Nos gusta deleitarnos con los postres, y dicen que estos son más
deliciosos fríos.
*No me hagan explicarles el sarcasmo.
*
Ale Acosta.
Contadora Pública de profesión, Twittera por
vocación y ahora escritora de mis propias historias como
método terapéutico.
Excelente como todos tus escritos. En lo personal hace mucho tiempo decidí no guardar rencor A nadie. Y perdonar a los que me han atacado,O
ResponderBorrarOfendido o lastimado. Entendí que eran cargas muy pesadas que no me dejaban ser felíz y libre. Pero eso no significa que uno se deje ver la cara de pendejo.
Al final Diego, lo mejor es estar libre de cargas y ataduras.
BorrarExcelente Ale... Esperare a que escribas tu libro.. Todo lo malo que hagas en esta vida lo pagas.. El peor enemigo del hombre es una mujer quieta y enroscada espera el tiempo que sea para calmar su sed de venganza
ResponderBorrarGracias por leerme siempre Don Luis, un abrazo y bendiciones
BorrarTe cuento que alguna vez escribí un cuento para niños, referente a este tema para una entidad financiera. Y creo que hablar del perdón nos ayuda a hacer retrospeccion y a perdonarnos y a perdonar. Muy buen Post Ale, sigue.
ResponderBorrarMuchas gracias por tu apoyo, me parece genial lo del cuento que escribiste, ojala un día de estos puedas compartírmelo para poder leerlo, el perdón siempre será una decisión personal que hacemos pensando en nuestro bienestar.
BorrarAmiga eres muy franca en tu historia, y lo del perdón es algo muy personal, se perdona muchas veces y no se olvida, además cuando los victimarios se ufanan del daño hecho ni modo.
ResponderBorrarGracias por leerme Helena, agradezco tu apoyo.
BorrarAle, excelente tu escrito.
ResponderBorrarEl perdonar aliviaba el alma.
Abracitos
muchas gracias por leerme.
BorrarAle, dime si mi comentario te llegó ¡o se me borró por muy
ResponderBorrarlargo! :'o
solo me llegaron estos comentarios: (copio y pego)
BorrarAle, excelente tu escrito.
El perdonar aliviaba el alma.
Abracitos
soy yo, Pispirispis! : )
Te agradezco muchisimo que saques tiempo para leerme, saludos.
Unknown soy yo, Pispirispis! : )
ResponderBorrarBuen post, interesante
ResponderBorrar